miércoles, 3 de octubre de 2007

Xenofobia y otros cuentos

Un amigo mío de Salamanca está viviendo una temporada (larga) en EEUU, y escribe hace ya algunos meses un blog bastante interesante sobre las vivencias que tiene allí, haciendo especial hincapié entre las diferentes visiones del mundo que se tienen desde cada lado del charco. Se llama Spanish Eagle, o un salmantino el Baltimore.

El caso es que su última entrada me ha hecho reflexionar. Y es que en este país nadie es racista. Cuántas veces habré oído comentarios del estilo de "yo no soy racista, pero es que los rumanos son unos ladrones", por ejemplo. O "pero es que los moros son muy sucios". O tantas otras. O sea, que no somos racistas, ¡es que de verdad son malos! Es evidente para cualquiera con un mínimo de entendederas que ese razonamiento es defectuoso en origen: es como decir "no me acerco a ti porque eres tú el que estás lejos".

Y sin embargo hace unos años era verdad, nadie era racista en España. Ni siquiera con Franco y todos los "fachas" que pululaban por entonces. Claro, ¿cómo nos iban a caer mal los negros sin no habíamos visto uno en nuestra vida? Yo nací algunos años después de la muerte de franco, pero no muchos, y el primer negro que vi en mi vida lo ví a los 8 ó 9 años (aparte los de la tele, claro). La cuestión es que no había choque de culturas, porque ni se tocaban.

En el otro extremo de la balanza, en sociedades donde la interculturalidad alcanza niveles de integración total, generalmente tampoco se dan casos de xenofobia, porque ya no hay "xenos" a los que tener fobia, a largo plazo los grupos raciales se desdibujan, los niveles sociales se equiparan y las tensiones desaparecen.

Evidentemente, ni España ni EEUU se encuentran en ninguno de esos extremos. En España hace diez años un rumano era un turista. Hoy en día es un inmigrante, mano de obra barata, y está estigmatizado por ello. Y curiosamente en Rumanía se vive hoy mejor que hace diez años, y están a punto de ser admitidos como miembros de pleno derecho de la Unión Europea.

El motivo por el cual se da el fenómeno de la xenofobia es evidente: el natural miedo a lo desconocido del ser humano. A un rumano suelto no le tenemos miedo, porque él es uno, y "nosotros" muchos. Ahora bien, si en mi escalera resulta que la mitad de los vecinos son rumanos, la cosa cambia. No es un acto deliberado ni consciente, pero el hecho de no conocer las costumbres y manera de pensar de la mitad de tus vecinos pone nerviosa a la gente.

Y cuando la gente está nerviosa, se fija más. Si un vecino español de nacimiento ensucia la escalera, es un guarro sin más. Pero ya sabemos cómo somos los españoles, nos conocemos, y a los españoles guarros también, así que sabemos lo que esperar. Si un vecino magrebí ensucia la escalera, sin embargo, resulta que lo único que los vecinos conocen de él es que ensucia la escalera, porque no tienen ni idea de cómo era la casa en la que se crió, si vivía en una sociedad patriarcal, o por qué no come cerdo, por ejemplo. Así que inmediatamente, los magrebíes son guarros.

Evidentemente, también podían fijarse en que se cortan las uñas como los españoles, por ejmplo, pero eso ni sorprende ni preocupa, con lo cual nadie se fija.

Además, hay otro factor determinante en la estigmatización de ciertos colectivos: Si dicen en la tele "han robado en un eroski", dices pues bueno, vale. Unos mangantes cualquiera. Te olvidas, y si a la semana siguiente resulta que roban en una joyería, te olvidas también. Pero si los ladrones son rumanos, la segunda vez que dicen que han robado te acuerdas de la primera, porque tienen algo en común más allá del propio hecho delictivo: que son rumanos.

Esto hace que sea mucho más fácil que se generen tópicos como por ejemplo, este de que los rumanos son unos ladrones. Una banda de rumanos dio varios golpes seguidos con especial ensañamiento en La Moraleja hace unos años, y a partir de entonces cada vez que uno robaba algo el mito se hacía más gordo. Da igual que hubiera muchos españoles de nacimiento robando también, esos los teníamos de toda la vida y sabemos que a veces nos roban, pero la cosa no suele llegar a mayores.

La solución a todo esto es tremendamente compleja. Ni siquiera sociedades en las que han convivido durante siglos diferentes culturas están a salvo de los brotes de xenofobia, como pueden atestiguar los habitantes de Estambul. Esto no quiere decir que no se puedan tomar medidas para paliar los choques, que de hecho sí las hay, y de ellas hablaré otro día.

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